*Por Ernesto Tenembaum
Un resultado electoral como el del domingo pasado puede estar determinado por elementos coyunturales específicos: la pandemia, la famosa foto del cumpleaños, el mal humor económico. Por eso, proyectar en el tiempo la foto de una elección no es el mejor camino para entender lo que sucede o lo que sucederá. En cambio, si a lo largo de muchos años, una foto parecida se repite una y otra vez, quizás eso refleje un fenómeno más estructural y permanente. En este sentido, si se miran las elecciones de los últimos catorce años, se puede percibir una constante muy nítida: la poderosa Cristina Kirchner ha sido derrotada muchas más veces de las que salió victoriosa. En ese camino, ha perdido por una diferencia enorme. Tal vez sea la líder más derrotada de la historia argentina. Esta vez ella le echa la culpa a Alberto Fernández. ¿Y las anteriores?
Para entender este proceso conviene comparar su desempeño con el de Mauricio Macri. El contraste entre lo que hizo la una y el otro es abrumador. Ambos asumieron cargos ejecutivos en el 2007: ella como presidenta y él como jefe de Gobierno porteño. A partir de allí ella se transformó en la líder de una coalición que tenía al peronismo como eje. Y él, progresivamente, fue construyendo su propia coalición, donde ocupa hasta hoy un lugar central. Por distintas circunstancias, Cristina y Macri no siempre fueron candidatos o cabezas de lista, pero en todas las elecciones desde aquel 2007 ambos jugaron un rol protagónico. En esa larga contienda, ella arrancó con mucha ventaja porque en 2007 había un solo partido político de alcance nacional: el peronismo. En cambio, Macri apenas tenía una agrupación distrital en la ciudad de Buenos Aires.
Veamos los resultados:
En el 2009, Macri se alió con Francisco de Narvaez y Felipe Solá y, en la provincia de Buenos Aires, derrotó a Nestor Kirchner, que era el candidato del gobierno de Cristina. Uno a cero. En 2011, Macri no se presentó porque percibió que Cristina arrasaba. A la larga, esa retirada táctica le permitió llegar al poder. Pero por razones metodológicas, le atribuimos una victoria por abandono a la Vicepresidenta. Uno a uno. Luego Macri sumó tres triunfos consecutivos: en 2013 se alió con Massa y a derrotó a la lista que armó y respaldó Cristina; en 2015, Macri fue candidato a presidente y derrotó al candidato de Cristina; en 2017, Cristina se presentó en la provincia de Buenos Aires y volvió a perder contra Esteban Bullrich, el candidato de Macri. Cuatro a uno. En 2019, la fórmula Fernandez Kirchner le ganó a Macri. Y el domingo pasado, la coalición construida por Macri volvió a derrotar a la respaldada por Cristina.
O sea que desde que Cristina asumió como presidenta, el peronismo liderado por ella fue derrotado en seis de las ocho elecciones en las que se presentó. Pero además, Macri triunfó en todas las elecciones en la ciudad de Buenos Aires. No estaba escrito que fuera así. De hecho, antes de la llegada de Macri, el pueblo porteño había elegido dos veces a Anibal Ibarra, un candidato de origen progresista. Pero el progresismo k, que había triunfado con Ibarra, desde que llegó Cristina al poder fue derrotado sistemáticamente en la capital, así como el peronismo perdió muchas más veces que las que ganó en la provincia de Buenos Aires y a nivel nacional. El liderazgo de Cristina fue una bendición para Macri.
Es necesario mirar todo el proceso para percibir que Macri ha sido más plástico, creativo, inteligente y pícaro que la ex presidenta. Macri además fundó el primer partido político con una base sólida a nivel nacional, desde que en 1945 Juan Perón hizo lo suyo. Fue una máquina de construir poder político.
Cristina fue exactamente lo contrario. Heredó en 2007 un peronismo unido con participación de otras fuerzas políticas y llegada a sectores sociales y económicos muy heterogéneos. A lo largo de los años, se le alejaron: Julio Cobos, Felipe Solá, Hugo Moyano, Alberto Fernández, Sergio Massa, Florencio Randazzo, Emilio Monzó, Martín Lousteau, Graciela Ocaña, José Manuel de la Sota, Carlos Reutemann, Juan Schiaretti, el Movimiento Evita, Miguel Ángel Pichetto, Diego Bossio, Juan Abal Medina, todo el peronismo cordobés, casi todo el peronismo santafecino, la inmensa mayoría del peronismo del interior de la provincia de Buenos Aires, todo el sector agropecuario se transformó en un enemigo del Gobierno. En 2019 pareció que Cristina Kirchner había aprendido de los errores. Los últimos acontecimientos reflejan que ha recuperado su capacidad de romper las estructuras que conduce.
Es interesante analizar lo que sucedió en estas elecciones. Cristina sostuvo que el culpable de la derrota es Alberto Fernández, alguien a quien una legisladora de su tropa, sin que ella ni ninguno de los suyos la desautorizara, calificó como mequetrefe, inútil y okupa. En el caso de que eso fuera así, ¿quién eligió a Fernández como Presidente? ¿A quién se le debe atribuir esa derrota sino, una vez más, a la Jefa?
Pero no solo eso. Fernández sufrió -en medio de una pandemia- innumerables y humillantes ataques a su autoridad por parte de Cristina y su gente. Retos en público, provocaciones violentas, amenazas a ministros, cartas furibundas, faltazos a actos muy importantes. El trato que recibió Fernández por parte de los periodistas más duros de los canales opositores fue respetuoso al lado de los insultos y desprecios que sufrió por parte de Cristina y sus seguidores, y que se resumen tan bien en los audios de Fernanda Vallejos que, vale la pena insistir, apenas fueron respondidos por Anibal Fernández y Gabriela Cerruti.
Además, a Fernández le trabaron la designación de Daniel Rafecas como Procurador General, la baja de subsidios que podría haber liberado inversión en obra pública, el acceso rápido a millones de vacunas Pfizer, porque Cristina sostenía que había que recibir solo vacunas de Rusia y China, la ley de estímulo a las empresas de software. En medio del desastre sanitario, además, Juan Grabois -un hombre claramente encolumnado dentro del sector de Cristina y Máximo Kirchner- se metió en una propiedad privada desde donde proclamó el inicio de una reforma agraria que, finalmente, como se pudo ver, no se llevó a cabo. Esas cosas que sirven para asustar y solo para eso. En medio de ese tira y afloje, el ministro de Economía, Martín Guzmán, fue desautorizado de manera muy cruel cuando quiso desplazar a un subsecretario.
¿Cómo habrá influido todo esto en la gestión y, por ende, en las elecciones? Y, ¿cómo influirá la pataleta de estos días en el resultado de noviembre? ¿Beneficiará o perjudicará al peronismo? ¿Y a Macri?
El resultado de este último domingo ratifica la precisión de una fórmula matemática que puede resumir lo que ocurre. CFK + X = CFK. No importa lo que ella agregue a su sector, a la larga su impronta es tan imponente que todo lo que suma se transforma en neutro, o sea, en cero, y CFK vuelve a su propia dimensión. Martín Sabatella, Alberto Fernández, Sergio Massa, Hugo Moyano, el peronismo no K, tenían su propio capital antes de aliarse con ella. Ya no. Entonces, no le suman nada y ya no le sirven. Al contrario, quien se mantuvo al margen -como el peronismo cordobés- mantiene su perspectiva de futuro. Su tenaz negativa fue muy sensata.
Fernández o Massa, por otra parte, con la experiencia política y la inteligencia que tienen no pueden alegar que no sabían lo que les esperaba, mucho más cuando tanta gente se los advirtió. En 2018 trabajaban juntos para que el peronismo pudiera ofrecerle a la sociedad una alternativa distinta. ¿A quién representan ahora? Dejar de ser uno mismo no suele ser el mejor camino de transitar la vida.
Cristina es intensa, magnética, histriónica, perseverante, inteligente. Es un gran personaje político para sus seguidores, que lloran cuando ella habla, y que creen de verdad que, como dijo Vallejos, “a través de la voz de Cristina habla la voz del pueblo”.
Pero los efectos políticos de ese encanto se rompen en tres de cada cuatro elecciones, cuando el pueblo habla con su propia voz y no a través de la de ella.
Si no corrige su naturaleza que, por otra parte, está tan cristalizada, en 2023 le aguarda el golpe de gracia. El final parece tan previsible que, esa noche, nadie podrá decir “toma mate con chocolate”.