En enero de 2020, Alba Rueda asumió como subsecretaria de Políticas de Diversidad en el recién inaugurado Ministerio de las Mujeres, Géneros y Diversidad. “Por una patria transfeminista. Por la memoria de todas nuestras compañeras. Y por las resistencias de les compañeres que están afuera”, sacudió en el acto de toma de juramento, y el salón estalló en aplausos. Por primera vez en la historia, una persona trans ocuparía un cargo jerárquico de semejante magnitud en el Poder Ejecutivo Nacional.
Dos años después las noticias volvieron a tenerla como protagonista cuando fue designada Representante Especial sobre Orientación Sexual e Identidad de Géneros bajo la órbita de la Cancillería. Se trata de un rol que solo ocupan otras cuatro personas en el mundo: Jessica Stern, de Estados Unidos; Nick Herbert, del Reino Unido; Fabrizio Petri, de Italia; y Sven lehmann, de Alemania. La meta: seguir desparramando la agenda de derechos LGBTI+ pero ahora alrededor del globo.
Alba Rueda viene trazando huella, pero los grandes titulares no le tapan el bosque. Pensar en el momento más importante de su vida la lleva sin titubear al 9 de mayo de 2012, el día que el Senado aprobó la Ley de Identidad de Género en Argentina.
“La ley me cambió la vida. Primero porque soy una trans mayor, una persona que tiene más de 40 años. Eso quiere decir que nací en otra Argentina. En una Argentina que no tenía ninguno de estos reconocimientos de derechos. Al contrario, el imperio era la persecución para todas. El imperio era la violencia, era echarnos. Realmente la respuesta del Estado era palo y a la bolsa. En ese país crecí”.
Alba es salteña. Llegó a Buenos Aires en los noventa con su familia y a los 16 años eligió su nombre. Luego de terminar los estudios secundarios en el Normal 10, de Barrancas de Belgrano, se anotó en la carrera de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires. Pero a solo dos materias para recibirse abandonó, cansada de las violencias y discriminaciones de los profesores que se negaban a reconocer su identidad autopercibida y, por ejemplo, la obligaban a retirarse del aula o le impedían rendir exámenes.
“Aguanté todo el secundario porque entendí que necesitaba esa herramienta. Me fui de mi casa a los 17 años y viví en un taller de cerámica artesanal, donde tuve la suerte de conseguir trabajo como tallerista. A mi familia les dije que mi identidad de género era mía, que tenía que ver con la persona que era (que soy), y que no iba a cambiar nunca esa posición. Fueron momentos de profunda soledad familiar y de indiferencia y violencia social. Pasé hambre y falta de oportunidades laborales. El trabajo formal vino mucho después, gracias a aliades, a personas que estaban ocupando ciertas posiciones y empezaron a incluirnos”.
En Argentina la construcción de lazos activistas entre los feminismos y el movimiento travesti-trans estuvo presente en el siglo XX, con mayor o menor visibilidad en distintas instancias. Varias investigadoras consideran como significativa la articulación que se logró en la década de 1990 en la batalla por la derogación de los edictos policiales o códigos de faltas, instrumentos que delegaban en la policía provincial o federal la tarea de reprimir actos no previstos por el Código Penal. Ebriedad, vagancia, mendicidad, desórdenes y prostitución podían ser castigados con treinta días de arresto. El escándalo incluía una figura que afectaba directamente a las travestis: se reprimía a “los que se exhibieren en la vía pública con ropas del sexo contrario” (artículo 2° F) y a “las personas de uno u otro sexo que públicamente incitaren o se ofrecieren al acto carnal” (artículo 2° H).
Alba se sumó a la militancia trans en 2003 y desde siempre enfrentó la segregación de travestis y trans de los espacios feministas y de los movimientos de mujeres. En 2006 ingresó a trabajar en el INADI. Cuando se sancionó la Ley de Identidad estaba como responsable del 0800, la línea telefónica de asistencia de ese organismo.
“Recuerdo cuando le mostré mi nuevo documento a mi familia. Mi hermano mayor se emocionó y llorando me pidió disculpas, por primera vez después de años de indiferencia y de no haber acompañado. Eso para mí fue muy valioso, porque fue validar y legitimar que nosotres teníamos razón. Que nosotres estábamos en una lucha justa. Y que sí soy trava, y que sí la gente se burla y que sí la gente no te quiere por ser trava, pero que igualmente teníamos razón en el derecho a la identidad de género. El Estado tuvo que cambiar su posición para poder reconocer y fue por lucha de las travas”.
-¿Qué balance haces de los 10 años de la Ley de Identidad de Género?
-El balance obliga a revisar la historia reciente, que nos muestra dónde estamos paradas hoy y dónde estábamos en los momentos previos e inmediatos a la sanción de la ley. Por ejemplo, en 1987 el gobierno de la provincia de Buenos Aires revalidó una vieja ley electoral que excluía el voto de los homosexuales “por razones de indignidad”. En 2006, Lohana Berkins logró que la Corte Suprema reconociera la personería jurídica de la Asociación de Lucha por la Identidad Travesti Transexual de Argentina (ALITT). Eso quiere decir que recién a principios del siglo XXI, una organización trava pudo por primera vez asociarse para el bien común. Hasta entonces teníamos negado el bien común. En 2010 Bergoglio nos trató de demonios. Y hasta la sanción de la ley, la que no se iba a París o a Chile a operar, tenía que patologizarse para poder pedir que el ámbito judicial reconociera nuestra “enfermedad” y alcanzar así una sentencia favorable. Juicios que duraban años en reclamo del reconocimiento de las identidades basadas en criterios de patologización, de disforia. Eso era lo más “progresista” en ese contexto. Mirá si no cambió la vida tener un contexto que, por lo menos en el plano formal, tenga nuestras voces.
-¿La Ley de Identidad de Género resume las voces travestis y trans?
-Son las voces travas puestas en materia legislativa, porque gran parte del activismo estuvimos involucrades en el contenido de esa ley. Hubo un momento en el que necesitábamos un dictamen y fue fácil hacer un cruce y lograr tener la mejor norma, la que resultó de la pluralidad de todes, la síntesis de un montón de laburo militante. Ese es el valor fundamental de nuestras luchas y la enseñanza de la Ley de Identidad de Género. El movimiento travesti-trans es un sujeto político y parte de un movimiento social que fija criterios dentro de la dimensión política. Eso no es abstracto, porque describe condiciones de vida. Y por eso los balances no deberían basarse en opiniones, sino en datos concretos: en estos diez años, más de 12 mil travas cambiamos el documento porque sí nos resultaba significativo el cambio.
-¿Qué deudas podés señalar?
-Nos quedan tareas importantes: universalizar el acceso a los cambios de documentos, universalizar el reconocimiento a la identidad de género para todes, universalizar el trato digno en los ámbitos educativos, en la salud. En el ámbito de la salud, además, universalizar un sistema integral para que todes podamos atendernos sin las marcas del sexismo. Que, entonces, no haya ginecólogues para mujeres exclusivamente sin registrar que existen otros tipos de expresiones de la identidad, como los varones trans, que necesitan de ese servicio médico. Puedo seguir marcando lo que falta, pero no se puede desconocer el lugar donde estábamos. No se puede desconocer todo lo que se ha logrado y el valor de esos logros para nuestra democracia. La Ley de Identidad de Género nos llenó de esperanza para cambiar las instituciones. Ese es el empuje que todavía tenemos para sostener nuestras luchas sociales. Y el empuje que nos sostiene a quienes nos movemos dentro de las lógicas patriarcales del Estado.
-¿Se lucha dentro del Estado patriarcal?
-Claro. Yo entiendo mi rol dentro del Estado como un modo de militancia para despatriarcalizar el Estado. Es decir, para instalar las lógicas transfeministas. Algunes tienen que hacerlo desde adentro. Luchar dentro de un Estado heterosexista y cis. Porque es importante resaltar la violencia política que recibimos las travas. Ser trava haciendo política pública significa también enfrentar las lógicas patriarcales desde cuerpos travas y cargando con los estigmas y la discriminación que hay hacia nuestra comunidad.
-¿Por ejemplo?
-Hay personas que cuando ven una compañera trans haciendo política nos tiran a menos diciendo que nos usan para hacer tokenismo. Sacándonos, así, el valor de poder cambiar agendas por saber hacer política pública. La realidad es que hay generaciones de travas militando para que podamos llegar a estos espacios y sostener la enorme responsabilidad. Y en esas generaciones hay aprendizajes y resistencias.
-¿Qué aprendizaje dejó la conquista de la Ley de Identidad de Género?
-Hace diez años no sabíamos cómo nos encontraríamos a largo plazo porque nuestras vidas tenían una inmediatez vinculada a la exclusión. A diez años tenemos un mundo que cambiar y sabemos que lo podemos hacer. La Ley de Identidad de Género es una muestra del logro colectivo. Abrimos espacios y las luchas tienen planteos concretos. Esos son los desafíos.
Fuente: Infobae