El 13 de marzo de 2013, cuando la fumata blanca salió por las chimeneas del Vaticano y anunciaron el nombre de Jorge Mario Bergoglio como nuevo pontífice, en todos los centros del Opus Dei hubo revuelo e incertidumbre. No se trataba de una cuestión personal con Bergoglio. Era un tema casi partidario: la organización ultraconservadora fundada en 1928 por el cura español Josemaría Escrivá de Balaguer siempre consideró a los jesuitas, la orden religiosa a la que el Papa pertenece, sus enemigos.
Pero en una institución jerárquica como la Iglesia Católica, la procesión va por dentro y las filas se ordenan detrás del líder. Así que el comunicado de bienvenida se escribió sin demora y el reglamento interno, y secreto, que decía que nunca un jesuita pisaría un centro del Opus Dei, fue a parar a un cajón con llave.
La decisión del Papa empezó a tomar forma hace un año, cuando 43 mujeres de Argentina, Paraguay, Bolivia y Uruguay presentaron una denuncia formal ante el Vaticano por abuso de poder y explotación: en un escrito de 30 páginas relataron cómo la organización las reclutó cuando eran adolescentes con la promesa de ofrecerles educación y las hizo trabajar como servicio doméstico de los miembros del Opus Dei durante 10, 20 y hasta 30 años sin pagarles.
Con esta decisión, a partir del 4 de agosto el Opus Dei deja de estar directamente bajo el Pontífice y pasa, como el resto de las órdenes, a depender del Dicasterio para el Clero. Además, la máxima autoridad -Prelado- ya no puede ser nombrado obispo y la institución deberá rendir cuentas una vez al año. Hasta ahora, no había ningún control sobre sus acciones porque no eran parte de la organización territorial de la Iglesia. Sólo respondían a sí mismos.
“Esto es un golpe durísimo e inesperado. Están enfurecidos”, dice un ex miembro de jerarquía que aún mantiene vínculos con la Obra, como sus miembros llaman al Opus Dei. “Además de la rivalidad histórica con los jesuitas, que en verdad es casi anecdótica pero tiene su carga emocional, el tema es que ellos se creen intocables y no pensaron que el Papa se iba a animar a tanto”, continuó.
Detrás, hay una historia de reclutamiento engañoso, servidumbre y autoflagelación que perduró por décadas.
La denuncia de las 43 mujeres, que hoy tienen entre 40 y 60 años, ingresó al Vaticano el 7 de septiembre de 2021. Se presentó ante el Tribunal para la Doctrina de la Fe y muy pronto llegó a manos del papa Francisco. La primera reacción fue del propio Opus Dei, que al mes siguiente anunció por decreto un cambio de autoridades en la región cono sur, de la que la Argentina está a la cabeza.
El escrito tiene 30 páginas y detalla cómo el Opus Dei reclutó a las mujeres de “familias de contexto socio-cultural y económico humilde” cuando eran adolescentes de entre los 12 y 16 años. El relato de las denunciantes coincide en que las fueron a buscar a sus casas, casi todas en pueblos rurales de provincias del norte y el litoral de Argentina y de Paraguay; que casi siempre iba una mujer de la organización con un sacerdote y que nunca les hablaron de vocación religiosa. Lo que les prometían era que las iban a llevar a una escuela a estudiar.
“Hubo un plan”, dice el abogado que las representa, Sebastián Sal. “Lo hicieron de manera organizada y duradera en el tiempo, con distribución de cometidos o funciones, y con una secuencia repetida muy semejante entre todas las víctimas”, continuó. El propio Opus Dei reconoce en un documento histórico cómo se llevaba adelante la búsqueda en las décadas del 70 y 80 y la tarea que realizaban en el Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos (ICIED), ubicado en la localidad bonaerense de Bella Vista, y conocido como “la escuela de mucamas”.
A varias de las mujeres las llevaron allí, donde les enseñaban a hacer las tareas del hogar como planchar, lavar, servir la mesa y limpiar. Eran tres años allí adentro, sin ningún título formal. A muchas las enviaron directamente a trabajar a centros y residencias de la Obra, donde viven los miembros célibes de la organización separados por sexo.
En la escuela y en las casas en las que vivían y trabajaban, se las sometía a una rutina de oración rigurosa bajo dirección espiritual y así las convencían de que tenían “vocación de servir”. Una vez incorporadas como “numerarias auxiliares”, según testimonios de las mismas mujeres, las involucraban “en una situación de explotación de las que ellas mismas no eran conscientes por su corta edad, sintiéndose obligadas a prestar dichos servicios en pago de la ‘deuda’ contraída por el traslado, alojamientos y los ficticios estudios cuya esperanza de realización albergaban constantemente”, afirma el abogado.
Las condiciones del trabajo, enumera la demanda, eran “remuneración inexistente y sin alta en el régimen de Seguridad Social, jornadas laborales ilimitadas, que se extendían más de 12 horas, con periodos de descanso breves y limitados a las horas de comer y rezar, sin documentación personal o con retención de la misma y otras vulneraciones de derechos básicos”.
A fines de junio, luego de que se conociera que el Papa iba a desjerarquizar al Opus Dei, se anunció la creación de una “comisión de escucha y estudio” para recibir testimonios de las denunciantes. Desde la organización explicaron que lo hicieron por “una motivación moral” y “como un ámbito que permita comenzar a sanar lo que haya que sanar”. Ninguna de las denunciantes se presentó a la comisión y la iniciativa no detuvo la decisión del Papa. Además, esto impulsó que ex numerarias -mujeres de mayor jerarquía- hablen por primera vez para respaldar los testimonios, con videos viralizados en redes sociales.
Hay una frase lapidaria desde el frente Bergoglio. “Siempre hubo denuncias contra el Opus, pero ellos lograban contenerlas. Están desesperados porque esta denuncia tomó una repercusión inmanejable e impacta de lleno en los valores que el Papa enaltece: esto es una vergüenza para la Iglesia de Francisco”, dice un cura argentino cercano a Roma.
Fuente Infobae