El pasado 24 de agosto debía ser una fecha de celebración para el pueblo ucraniano, ya que se cumplió el 31º aniversario de la declaración de independencia de la Unión Soviética. Pero los festejos se vieron opacados por las desgarradoras consecuencias de la brutal invasión de la Rusia de Putin. Invasión que ese mismo día cumplió seis meses.
El 24 de febrero el jefe de estado ruso dio luz verde a sus tropas, que por entonces ya acosaban al país vecino desde las zonas fronterizas, para iniciar lo que él llamó una “operación militar especial”. Medio año después de esa acción que puso en vilo a todo el mundo, no quedan dudas con relación a los objetivos del Kremlin: arrasar con el pueblo de Ucrania, su soberanía y su identidad cultural.
Pero las brutales acciones militares, que dejaron miles de muertos y heridos, y millones de desplazados y refugiados, estuvieron respaldadas en todo momento por una sofisticada campaña de desinformación y propaganda impulsadas por Moscú.
Pese a las justificaciones esgrimidas por Putin sobre una presunta provocación de la OTAN, o su intención de “desnazificar” el gobierno ucraniano, el ex agente de la KGB dio las primeras señales a poco de haber llegado al Kremlin. En 2008, ocho años después de haber alcanzado la presidencia, le manifestó al entonces presidente de Estados Unidos, George W. Bush, que “Ucrania no es un país”. Desde entonces fueron innumerables las veces que se pronunció en esa línea. Ya estaba en marcha una clara campaña destinada a negar a Ucrania su derecho a existir.
En julio del año pasado, durante un pronunciamiento público, identificó a rusos y ucranianos como “un solo pueblo” y afirmó que “la verdadera soberanía de Ucrania sólo es posible en asociación con Rusia”. Incluso, llegó a sostener que el país vecino fue “totalmente creado por Rusia” en las “tierras históricas” de Rusia. Esto implica, según la visión de Putin, que Ucrania es una “parte inalienable de la propia historia, cultura y espacio espiritual de Rusia”.
A pocos días del 24 de febrero, cuando comenzó la invasión, en una carta Putin acusó al primer líder soviético, Vladimir Lenin, de haber creado “la Ucrania de Lenin”, y aseguró que eso fue “peor que un error”. Días después, lanzó una guerra a gran escala, en un claro intento de redibujar el mapa para volver a los tiempos de la Unión Soviética, cuya caída fue, según Putin, la “mayor catástrofe” del siglo XX.
Ese revanchismo imperial se ha visto fuertemente impregnado en la propaganda rusa durante años. Dmitri Medvedev, vicepresidente del Consejo de Seguridad y ex presidente del país, llegó a utilizar unos mapas antiguos para cuestionar la legitimidad de Ucrania como Estado. En un mensaje que envió por Telegram el pasado 27 de julio, mostró mapas de la región antes y después en los que Ucrania se había reducido a sólo la zona que rodea Kiev. “En el cerebro drogado del presidente Zelensky la imagen del brillante futuro de su país puede parecer esto, pero los analistas occidentales piensan que en realidad será esto”, decía el pie de foto.
Medvedev, quien el pasado mes de reconoció sin tapujos que hará todo lo posible para que Ucrania y sus aliados “desaparezcan”, citó a esos supuestos “analistas occidentales” para propagar la fantasía colonialista de Rusia: imaginar el territorio de Ucrania reducido a sólo la región de Kiev, mientras que el resto del país se dividiría entre Rusia, Polonia, Rumania y Hungría.
Los altos jerarcas del régimen ya no ocultan su visión imperialista. El ex presidente ruso recientemente cuestionó la actual independencia de las antiguas repúblicas soviéticas. De Kazajstán, por ejemplo, dijo que es un “estado artificial” y que Georgia “no existía” antes de convertirse en parte del imperio ruso.
Si bien recién este año Putin lanzó una invasión a gran escala en toda Ucrania, la misión de apoderarse de territorio vecino comenzó en 2014 con las anexiones de regiones como Donetsk, Lugansk y Crimea. Las “repúblicas” instauradas allí por las autoridades de ocupación, que tienen un reconocimiento internacional muy limitado, ya hablan por ejemplo de Kiev, Chernihiv, Poltava, Odesa y Dnipro, entre otras, como “ciudades rusas” que deben ser “liberadas del nazismo”.
Tras las anexiones de 2014, ahora el régimen ruso busca celebrar referéndums sobre la adhesión a Rusia en ciudades como Kherson y Zaporizhia, entre otros territorios actualmente controlados por las tropas de Putin. Mientras tanto, las autoridades rusas están integrando a “especialistas” en los servicios de seguridad de esos territorios ocupados y abogan por el establecimiento de bases militares rusas que funcionen como “garantes de la seguridad” y para contrarrestar los esfuerzos de las fuerzas ucranianas por liberar estas zonas.
Representantes rusos, por su parte, anunciaron la creación de la “Brigada de Odesa”, afirmando que Odesa y Nicolaiev -ciudades portuarias del sur de Ucrania- son los próximos objetivos de la “liberación” rusa. Las autoridades rusas de Kherson, en tanto, anunciaron el pasado 5 de julio la formación de un “gobierno de Kherson” dirigido por “profesionales rusos”. Ambas tácticas, según denunció Estados Unidos, “pretenden negar la condición de Estado de Ucrania y legitimar el colonialismo ruso”.
Al mismo tiempo, el Kremlin remarca en cada oportunidad que el pueblo ucraniano anhela ser anexionado a Rusia. Este relato contrasta completamente con todas las encuestas y estudios de campo no difundidos por Moscú. Una encuesta de junio de 2022 de la Universidad de Chicago indicó que el 97% de los ucranianos ven la invasión por parte de Rusia como “una gran amenaza a la seguridad de Ucrania”, y el 97% quiere que Rusia compense a Ucrania por la destrucción que ha causado.
En esa línea, la encuesta realizada el pasado mes de mayo por el Instituto Nacional Democrático reveló que sólo el 3% de los ucranianos querría que su país se uniera a la Unión Aduanera Euroasiática liderada por Rusia, y que el 90% quiere que se convierta en un estado miembro de la Unión Europea (UE). La cifra más baja, en el este y el sur, todavía alcanza una abrumadora mayoría del 84%. Los datos son claros: el pueblo ucraniano en cualquier referéndum libre y justo, no controlado ni manipulado por Moscú, votaría abrumadoramente en contra de unirse a Rusia. Sobre todo después de la invasión. De hecho, a pesar de la guerra, el 87% de los ucranianos muestra optimismo sobre el futuro del país.
Pese a sus esfuerzos de desinformación y propaganda, en Moscú son conscientes de esta realidad. Información de inteligencia norteamericana señala que los funcionarios rusos están preocupados por la baja participación en los falsos referéndums y saben que sus esfuerzos por legitimar la apropiación ilegal de tierras no reflejarán la voluntad del pueblo. Por eso, el régimen de Putin intensificó los esfuerzos de “reeducación”.
En paralelo a la retórica de la “desnazificación”, las autoridades de ocupación buscan imponer un nuevo sistema educativo a los ucranianos en los territorios ocupados. Según The Washington Post, Moscú ofrece a docentes rusos sueldos lucrativos para que se trasladen a Kherson y Zaporizhia con el objetivo de “corregir” lo que se ha enseñado a los niños en el pasado.
En esas regiones ocupadas, además, las autoridades rusas retienen los alimentos, el agua y la ayuda médica a los civiles ucranianos hasta que acepten los pasaportes rusos. En el marco de esa política de “pasaportización”, el régimen de Putin también exige a los empresarios ucranianos que vuelvan a registrar sus negocios con pasaportes rusos.
Los medios de comunicación estatales del Kremlin, no obstante, alegan falsamente que los ucranianos de esas regiones buscan obtener la nacionalidad rusa. Vitaly Ganchev, designado como “jefe de la administración civil provisional de la provincia de Kharkiv”, afirmó en una entrevista con la cadena TASS el pasado 6 de julio, que los residentes de esa región “liberada” “pretenden unirse a Rusia”: “La gente oye que hay una vertical de poder, que estamos promulgando leyes, que la introducción del rublo llena un nicho económico clave, y se está reorientando para aceptar la nueva realidad”.
En abril Ganchev fue acusado por la fiscalía regional de Kharkiv de “alta traición” por colaborar con las tropas invasoras e intentar organizar un “referéndum” para declarar de nuevo una “República Popular de Kharkiv”.
La misma táctica se aplicó en Zaporizhia, donde Yevgeny Balitsky, nombrado por Moscú como jefe de la administración militar-civil, declaró el 14 de julio que en la primera quincena de septiembre se celebraría un referéndum para decidir si “nos unimos a Rusia o no”.
La Rusia de Putin demostró no tener límites. Además de atentar contra la soberanía del pueblo ucraniano, las tropas invasoras también pretenden borrar toda identidad cultural del país vecino.
En Kherson, las fuerzas rusas colocaron carteles con la imagen del poeta ruso Aleksandr Pushkin y del histórico comandante Aleksandr Suvorov, junto con el eslogan “Kherson, una ciudad con historia rusa”. A su vez, los bustos del poeta ucraniano Taras Shevchenko fueron destruidos, los museos quemados y saqueados, y más de 160 sitios culturales fueron dañados desde el inicio de la invasión, según la UNESCO.
“Hace 31 años el pueblo de Ucrania proclamó su independencia como país soberano. Desde 2014, y especialmente durante los últimos seis meses, el mundo ha sido testigo de cómo el presidente Putin ha utilizado tanto la fuerza militar como las declaraciones engañosas para socavar la soberanía ucraniana. Ha fracasado en ese objetivo a pesar del sufrimiento que ha infligido a Ucrania”, destacó el Departamento de Estado norteamericano. Esa cartera citó, al mismo tiempo, al jefe de la diplomacia norteamericana, Antony Blinken, quien aseveró que “Ucrania no ha sido ni será conquistada” por la Rusia de Putin.
Fuente Infobae