La ultraderecha toma el control del gobierno de Lima. En un final voto a voto, el empresario del partido fascista Renovación Popular, Rafael López Aliaga, ganó este domingo la elección para la alcaldía de la capital peruana, que concentró la atención en los comicios para gobernadores y alcaldes en todo el país. López Aliaga ganó con el 26,28 por ciento, superando por estrecho margen al general en retiro Daniel Urresti, otro extremista de derecha que está acusado de violaciones a los derechos humanos, que obtuvo 25,37 por ciento. Este es el porcentaje más bajo obtenido por un alcalde de Lima desde que en 1980 se restauraron las elecciones municipales después de la dictadura militar.
El exfutbolista de centroderecha George Forsyth, que en el tramo final de la campaña amagó con una remontada que podía amenazar a los dos punteros pero no logró consolidarla, quedó tercero con 18,93 por ciento. En la última semana el voto de los indecisos, que eran cerca del 30 por ciento, que buscaban el “mal menor” frente a las dos candidaturas de la extrema derecha, se dispersó entre más de un candidato. Los tres primeros en estas elecciones en Lima fueron candidatos presidenciales derrotados en 2021 por Pedro Castillo.
López Aliaga vivió con angustia su ajustado triunfo. Al cierre de la votación, una encuesta a boca de urna le daba la victoria por una ventaja mínima de un punto porcentual que no permitía asegurar su triunfo. Horas después, el conteo rápido de la encuestadora Ipsos lo dio empatado con Urresti en 25,8 por ciento, algo que nunca antes había ocurrido. Luego llegaron los primeros resultados oficiales de la Oficina Nacional de Procesos Electorales (ONPE) que otorgaban una ligera ventaja al militar retirado. El resultado parecía darse vuelta. Con ese escenario de terror de una elección por definirse entre un militar represor y un empresario fascista los limeños se fueron a dormir en la noche del domingo. Durante la madrugada del lunes, con el avance del conteo oficial, López Aliaga retomó el primer lugar y consolidó su estrecha victoria.
Estas elecciones se llevaron a cabo en un ambiente de apatía ciudadana, mayoritariamente desconectada de los candidatos. Aunque el voto es obligatorio, en Lima hubo 21,4 por ciento de abstencionismo, y un 10,3 por ciento de los votos fueron en blanco o viciados. El partido Perú Libre (PL), que llevó al presidente Castillo al gobierno pero se ha distanciado del mandatario, con un candidato, Yuri Castro, hasta ahora desconocido, quedó último entre los ocho postulantes a la alcaldía de Lima, con solamente 1,47 por ciento. Una derrota aplastante que se repitió en el resto del país. A la otra agrupación de izquierda que compitió en estas elecciones, Juntos por el Perú (JP), aliada del gobierno, también le fue mal, aunque algo mejor. Su candidato en Lima, Gonzalo Alegría, que ha sido acusado por su hijo de maltratos y abuso sexual, lo que dinamitó su candidatura cuando daba señales de crecimiento, quedó relegado al sexto puesto con 6,38 por ciento. A nivel nacional, JP solamente ganó la alcaldía en una ciudad capital de región.
Pero en la oposición radical de derecha también hubo perdedores. El fujimorismo fue barrido en las urnas, no logró elegir un solo gobernador o alcalde en todo el país. Ha sido el otro gran derrotado junto a PL. En Lima, sin un candidato con opciones, el fujimorismo apoyó al ultraderechista López Aliaga, pero el triunfo de éste lo coloca en posición expectante en el campo de la extrema derecha, lo que amenaza el liderazgo que en ese sector busca conservar Keiko Fujimori, tres veces derrotada candidata presidencial. Si en Lima ganó la ultraderecha, en el interior del país en las 25 gobernaciones y en las alcaldías triunfaron mayoritariamente movimientos locales, muchos sin una clara identificación ideológica, agudizando así la crisis de representatividad de los partidos nacionales.
El perfil ultraconservador, autoritario y discriminador del electo alcalde de Lima, que asumirá el primero de enero, anuncia tiempos difíciles y oscuros. Pero el riesgo que representa este grotesco personaje del fascismo local, que se hace llamar “Porky”, puede ser mayor. Su triunfo en Lima lo deja como un potencial presidenciable. Miembro del Opus Dei es un fanático religioso, de discurso violentista y de odio contra todo lo que le suene a progresismo, homofóbico, un antiderechos que se opone radicalmente a las políticas de igualdad de género, la educación sexual en los colegios y al aborto incluso en casos de violación a niñas. Estuvo en primera fila en el golpismo de derecha que pretendió desconocer el triunfo electoral de Castillo. En un mitin pidió a gritos la muerte del presidente. Está relacionado con grupos violentistas. En el Congreso su partido forma la alianza ultraderechista que promueve la destitución del mandatario
Empresario hotelero y en otros negocios, López Aliaga se jacta de su éxito empresarial y su fortuna, hizo millones con el monopolio que le dio la dictadura de Alberto Fujimori para la operación del lucrativo tren a las ruinas de Machu Picchu, principal atractivo turístico del país. Pero es investigado por lavado de dinero en relación con los Panama Papers, está acusado de negocios ilegales con una financiera que depende de la Municipalidad de Lima que ahora dirigirá y tiene una millonaria deuda tributaria.
El presidente Castillo saludó “a las autoridades electas” y aseguró el compromiso de su gobierno de dialogar con todas ellas y trabajar con los nuevos alcaldes y gobernadores. Pero López Aliaga se ha estrenado como alcalde electo exigiéndole a Castillo que renuncie a la presidencia. Ha cerrado desde un inicio las puertas de un posible diálogo con el gobierno. Este “Porky” fascista pretende convertir la alcaldía de Lima en una plataforma antigubernamental y de relanzamiento a sus aspiraciones presidenciales.