«Comencé con dolor de cabeza y malestar general. Pensé que era simplemente cansancio, pero el dolor se intensificaba cada vez más hasta que llegó a ser tan fuerte que no podía moverme», relató Melisa a LaVozDeCataratas 

La búsqueda de alivio la llevó a la guardia de un sanatorio, donde se enfrentó a la realidad del dengue. «Me explicaron que solo se pueden tratar los síntomas, ya que no hay un tratamiento específico para el dengue. Me dieron paracetamol y me enviaron a casa. Mientras me medicaban para bajar la fiebre y el dolor, llegaron cuatro personas más con los mismos síntomas: fiebre alta y mucho dolor», añade.

En los días siguientes, la situación empeoró con vómitos y dolor abdominal. «No podía comer ni tomar agua porque vomitaba. Tenía hambre y la boca seca, pero intentar comer era un calvario. Volví al tercer día al sanatorio para hidratarme, ya que por mí misma no podía. Había tenido dengue en 2020, pero no recordaba que me hubiera tratado tan mal», recuerda con pesar.

Los dolores y la fiebre gradualmente cedieron, pero la picazón marcó la última etapa. «Estaba muy débil, me dejó sin fuerzas el virus y me picaba mucho todo el cuerpo. Te desespera porque sabes que no puedes hacer nada, solo esperar que pase. La picazón me duró un día y una noche, y después de eso ya me sentí mejor», relata Melisa.

Con esta experiencia, Melisa comparte un mensaje claro: «No se lo deseo a nadie, ni siquiera a mi peor enemigo». Su testimonio destaca la importancia de la prevención y la conciencia en la lucha contra el dengue. La comunidad debe unirse en la erradicación de criaderos de mosquitos y la protección contra picaduras para frenar la propagación de esta enfermedad.