Iguazú (LaVozDeCataratas) Cada 21 de agosto, la Iglesia Católica conmemora el Día del Catequista en honor a San Pío X, quien estableció esta fecha en reconocimiento a su labor. San Pío X es conocido como el patrono de los catequistas debido a su impulso en la enseñanza del catecismo, destinado a combatir la ignorancia religiosa.
Ser catequista significa mucho más que enseñar; es compartir vivencias de fe y guiar a otros en su camino espiritual. Desde la experiencia personal, se entiende que enseñar la fe a los jóvenes y familias es un desafío continuo en un mundo cambiante, pero es también una oportunidad para sembrar valores duraderos.
Para Ana del Carmen Espinoza una catequista, con más de diez años, su rol no es solo transmitir conocimiento, sino compartir la propia vivencia de fe. A través de las enseñanzas de Jesús, invita a los demás a conocerlo y amarlo, enfatizando que, sin un verdadero conocimiento de Jesús, es imposible seguirlo o amarlo de verdad. La catequista destaca la importancia de la participación en misas, reuniones y en la vida comunitaria de la iglesia como medios para acercarse a Dios y fortalecer la fe.
Uno de los mayores desafíos que enfrenta es inculcar la fe en un contexto donde los jóvenes están cada vez más alejados de las enseñanzas de sus padres y de la vida espiritual. Sin embargo, insiste en que la fe en los niños depende en gran medida de la fe de los padres. Es esencial que los padres acompañen a sus hijos, les enseñen el amor a Dios, y participen activamente en la vida religiosa para que estos valores se transmitan de generación en generación. “Antes hacia turismo, porque no conocía a Jesús, comencé a asistir y conocer el amor de Jesús cuando mi hijo Miguel Ángel quiso ir al seminario, creo que Dios me estaba preparando para poder soportar lo que venía más adelante”
La vida de esta catequista ha sido marcada por pruebas personales, como la pérdida de sus hijos, “Esto me puso a prueba, pero en lugar de alejarme de Dios, decidí aferrarme aún más a Él y a la Virgen María. Creo que, si hoy sigo aquí como catequista, es porque me sostuve en su amor y guía”. A través de su labor, no solo ha encontrado consuelo, sino también una misión: guiar a otros a encontrar en Jesús la fuerza para enfrentar las adversidades.
En un mundo en constante cambio, el papel del catequista ha evolucionado, pero su esencia sigue siendo la misma: ser testigo de la fe y acompañar a otros en su camino espiritual, con humildad y dedicación. El consejo de Ana para aquellos que desean seguir este camino es claro: “no se requiere ser maestro, sino tener la valentía de compartir la fe y el amor por Dios, apoyándose siempre en la comunidad y en la oración”.