Iguazú (LaVozDeCataratas -Kelly Ferreyra) Este 27 de junio se celebra el Día del Biólogo en Argentina, y en Iguazú no podemos dejar de homenajear a una figura entrañable y fundamental para la historia ambiental de la región: Ariel Soria, uno de los primeros biólogos en establecerse en este destino que hoy conocemos como la puerta de entrada a las Cataratas del Iguazú y a la selva misionera.
Conocí a Ariel hace más de 20 años. Desde entonces lo admiré por su brillante labor profesional, su compromiso con la conservación y, sobre todo, por su calidad humana. En cada charla, en cada anécdota, me ayudó a comprender un poco más el valor inmenso de nuestro entorno natural y el sentido profundo de protegerlo. Más allá de su talento, Ariel es humilde, sensible y genuino. Y hoy, en su día, compartimos un pedacito de su historia.
Un amor que nació con la selva: Ariel estudió Biología en la Universidad Nacional de Córdoba. En aquellos años, la carrera no contaba con especialidades formales, pero desde su tesis comenzó a enfocarse en la gestión de áreas protegidas, un camino que lo conduciría inevitablemente a Misiones.
Su primer vínculo con Iguazú fue en 1987, cuando todavía era estudiante. “Supe que este era el lugar donde quería vivir”, recuerda. El sueño se concretó casi una década después, cuando gracias a una beca de la Administración de Parques Nacionales, comenzó a trabajar y residir en Iguazú.
Una selva que era aún más selva: En los 90, el entorno natural de Iguazú era muy distinto. “El territorio que hoy conocemos como las 2000 Hectáreas era un continuo de selva en excelente estado de conservación”, rememora. Cada expedición era una aventura, cada paso una posibilidad de descubrimiento.
Uno de sus recuerdos más vívidos es un viaje a la Reserva Natural Estricta San Antonio: con recursos limitados, mucho barro y el empuje colectivo de técnicos y voluntarios, lograron relevar la flora y fauna del lugar. “Fue una campaña inolvidable”, dice con emoción.
El verde como pilar emocional: De todo lo que ofrece la selva misionera, hay algo que Ariel destaca por encima del resto: el color verde. “Tener otoños e inviernos rodeado de verde es un pilar para el bienestar”, afirma. Como nacido en Ceres, Santa Fe, también confiesa que extraña los horizontes llanos, pero reconoce que la selva “tiene algo que te atrapa para siempre”.
Más allá de las especies: las relaciones invisibles: Para Ariel, la conservación no se trata solo de proteger especies, sino de preservar las relaciones ecológicas: la polinización, la depredación, el equilibrio silencioso que da vida al todo. En su mirada, el conocimiento científico es clave, pero no suficiente. “La conservación tiene una dimensión política que no podemos ignorar. Las ideas deben transformarse en acciones concretas”.
El biólogo que enseñó y aprendió: Durante 23 años fue docente en el ITEC Iguazú, en la carrera de Guía de Turismo, una etapa que recuerda con especial cariño. También trabajó desde Parques Nacionales y en el ámbito privado, siempre apostando a la educación ambiental y la divulgación.
Un mensaje para los que minimizan el impacto humano: “Que se detengan un momento y observen con atención su entorno. Hace poco escuché una frase que me marcó: ‘Los monocultivos de pensamiento nos llevaron a esta crisis ambiental’. Es hora de pensar distinto”, expresa.
El legado que deja (y el que aún construye): Ariel no cree en los logros individuales, pero sí reconoce que fue parte de equipos que dejaron huella. Su mayor deseo es sencillo, pero poderoso: “Si alguna de mis acciones logra despertar una pregunta o una pizca de curiosidad por lo natural en alguien, ya es mucho”.
Y mientras sueña con escribir un libro que recopile todo lo que la selva le enseñó, deja una invitación a los visitantes que llegan por primera vez a Iguazú: “No apuren su recorrido. Cada sonido, cada color, cada aroma forma parte de un entramado único. Ojalá cada visitante se regale un momento de silencio para conectarse con la naturaleza. Y que vuelvan. Siempre hay algo nuevo por descubrir”.