“El amor no siempre nace de la sangre”: Una familia de Iguazú que transforma vidas a través del acogimiento

En abril de 2021, un simple mensaje en un grupo de WhatsApp parroquial cambió para siempre la vida de Marcela y Lisandro, una familia de Iguazú. “Se necesita una familia que cuide a un bebé recién nacido entregado en adopción”, decía el texto. Sin dudarlo, dijeron que sí. Así comenzó un camino de amor, entrega y esperanza que hasta hoy ha transformado la vida de seis niños… y también la de esta familia.

Iguazú (LaVozDeCataratas) Desde entonces, su hogar se convirtió en un refugio transitorio para cinco niños y niñas, todos pequeños que, por diversas razones, debieron ser separados temporalmente de sus familias de origen. Algunos estuvieron apenas unos días, otros varios meses. Todos, sin excepción, se llevaron un pedacito del corazón de Marcela y Lisandro.

“Cada niño que llega transforma nuestra vida”, relató Marcela a LaVozDeCataratas. “Algunos vienen con miedo, otros con tristeza, pero todos nos enseñan algo. Y cuando nos preguntan si estaríamos dispuestos a recibir a otro, la respuesta siempre es la misma: ‘Sí, obvio’”.

La pareja forma parte del Sistema de Acogimiento Familiar Alternativo, un programa impulsado por el Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, que busca garantizar el derecho de niñas, niños y adolescentes a vivir en un entorno familiar, incluso cuando deben ser separados de sus padres por situaciones de vulneración de derechos.

Dar sin esperar: la fuerza del amor desinteresado

Este sistema propone que familias voluntarias, como la de Marcela y Lisandro, acojan temporalmente a menores de entre 0 y 5 años (aunque también se contemplan casos de adolescentes), en períodos que van desde una semana hasta seis meses. En paralelo, se brinda acompañamiento psicológico, legal y económico, lo que permite sostener con integridad tanto a los menores como a las familias que los reciben.

“Los niños llegan con una mochila invisible, cargada de historias difíciles, carencias, miedos. Nuestra tarea es simple pero poderosa: ofrecerles amor, confianza, rutina y contención. Enseñarles que hay personas que no los lastiman, que los abrazan, que los esperan”, explica Marcela.

La experiencia también deja huellas en sus propios hijos, quienes aprendieron desde muy pequeños que el amor no siempre nace de la sangre, sino del corazón. “Ellos entienden que compartir, amar y dejar ir también es un acto de valentía. Aprendimos juntos que el amor puede adoptar muchas formas.”

Una despedida que también es un comienzo

Marcela reconoce que la parte más difícil es la despedida. “Sí, se nos parte el alma cada vez que uno se va. Pero también sabemos que ese niño o niña se va con una base afectiva que quizás nunca había tenido. Conoció lo que es el cariño, la ternura, la seguridad. Nadie nos quita lo vivido, y ellos se llevan un pedacito de nosotros… así como nosotros nos quedamos con un pedacito de ellos.”

Actualmente, la pareja cuida a CJ., un bebé que llegó en condiciones muy frágiles, pero que hoy sonríe, duerme tranquilo y se abraza a su entorno. “Esos pequeños grandes logros son nuestra mayor recompensa”, dice Marcela.

El llamado a otras familias: una red de amor y esperanza

Con el corazón lleno y los brazos siempre listos para sostener, Marcela y Lisandro sueñan con que más familias de Iguazú y de la provincia se animen a sumarse a esta experiencia transformadora. “Ser familia de acogida no solo cambia la vida de un niño. Cambia también la tuya. Te conecta con lo más profundo del amor humano: dar sin esperar nada a cambio, solo por el deseo de ver florecer a otro.”

Además de abrir las puertas de su casa, también abrieron las del corazón de toda una comunidad. Hoy, gracias a su ejemplo, otras familias han comenzado a interesarse en el sistema de acogimiento, conscientes de que hay muchos niños que necesitan una familia, aunque sea por un tiempo.

Desde el Ministerio y la Dirección de Niñez, Adolescencia y Familia de Misiones, continúan promoviendo el programa, con capacitaciones, asesoramiento y acompañamiento constante. Y en Iguazú, Marcela y Lisandro siguen siendo testimonio vivo de que el amor, cuando es genuino, tiene la fuerza de transformar incluso las historias más dolorosas en oportunidades de renacer.

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