Iguazú (LaVozDeCataratas) Dorita visita Iguazú desde hace más de una década, primero en compañía de su marido y, tras su fallecimiento, sola pero llena de fe. «Si yo me hubiera quedado en casa cuando murió mi marido, me hubiera muerto también. Entonces salgo, visito las comunidades, entrego ropa y caramelos», relató en diálogo con LaVozDeCataratas.
Durante años, junto a su esposo —quien incluso viajaba a pesar de tener movilidad reducida— organizaba donaciones para comunidades aborígenes, recaudadas a través de la iglesia evangélica de su ciudad. Hoy, continúa esa misión sola, confiando en la fuerza de su fe. «Ahora vengo yo sola con Dios. Me siento bien ayudando a los demás», expresó, resaltando el impulso que le da saber que está haciendo la diferencia en la vida de muchos.
Dorita no solo se limita a visitar Iguazú; su labor solidaria la lleva a otras localidades como Eldorado, y ya recibió invitaciones para ir a Apóstoles. En cada lugar, deja una huella imborrable, pero también se lleva anécdotas que comparte con humor. «Una vez en Eldorado, el cacique tenía una olla grande con unas cosas largas que flotaban y una cabecita negra. Me preguntó si quería comer. ‘¿Qué son?’, le dije, y Zenón me respondió: ‘Son gusanos de las palmeras’. ‘Gracias, ya almorcé’, fue mi respuesta», recordó entre risas.
La vida de Dorita es un testimonio de que la bondad puede transformar el sufrimiento en propósito. Madre de cuatro hijos y habitante de una casa grande en Córdoba, encuentra en la solidaridad la energía para seguir adelante. «Me siento plena ayudando, esto me da fuerzas», asegura.
Dorita Zapata es un recordatorio vivo de cómo la fe, la gratitud y la dedicación a los demás pueden ser el motor para superar los momentos más oscuros y encontrar luz en el servicio. Una historia que inspira y que continúa dejando huellas en cada rincón de Misiones.